El sol de la primera mañana que despunta, el amor que
se va. Y el bohemio en el medio, con su cancionero como salvataje en el
desierto. Después del rock, las canciones. A ellas se aferra Andrés
Calamaro en Bohemio, disco que lleva el sello de Cachorro López
aunque su origen sea eminentemente casero: Calamaro canta sobre la
soledad, el aislamiento, la experiencia (y la inocencia) y la amada
ausente en un sentido “doméstico” (“La casa vacía pregunta cuándo
volverás” en Cuando no estás), ya lejos de la sociedad y la conexión wi-fi.
Bohemio funciona como un lado B menos convulso y más íntimo y baladesco de La lengua popular, aquel otro resultado del combo Calamaro-López. Con el tono de una honestidad delicada y no tan brutal, Belgrano, Rehenes o Bohemio suenan a confesión apacible de amanecer (“Buen día primeras luces del día” en Picado fino, “Soy el primero en saludar al día nuevo” en Inexplicable).Por eso la recurrencia y autocita es irónicamente curtida, del que se aferra a resurrecciones infinitas, de larga distancia (Nacimos para correr) con la diversión y el spleen de un patrón de estancias. El amor se fue pero volverá (y, ya se sabe, no se puede vivir de él), lo que queda es la canción eterna. Dentro de una canción lo manifiesta: ahí el bohemio se quiebra, y emociona. Amores y amaneceres habrá muchos, pero vida hay una sola.
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